jueves, 1 de diciembre de 2011

La mujer equivocada


Restaurante argentino, cerveza cara, comida desabrida, vista a la calle, pantalla gigante, fútbol mediocre, una tarde de jueves. Ella: tatuaje en la espalda, peinado raro, sonrisa perfecta, sentimientos livianos, falda corta, piernas blancas, pechos pequeños. Él: Ideas confusas, pantalón roto, condones en el bolsillo, perfume oloroso, sudor en las manos, la cerveza a la boca, otra cerveza a la boca, otra más.
Ella preguntaba cosas, él veía el fútbol, ella comía, él tomaba cerveza. Hacía calor, o al menos el sentía calor. Estaba con la mujer más hermosa del lugar y solo pensaba en una cosa (al principio) en coger con ella. Después pensó en el fútbol, primero amó el fútbol y después a las mujeres. Se terminó el partido y volvió a pensar en coger con ella. ¿Cómo proponerle tener relaciones sin que se ofenda? Siguió bebiendo cerveza y ella comía. Mientras le contaba chistes malos sobre argentinos y ella se quejaba de sus amigas, él se preguntó en que la cagó. ¿Se abría enamorado de ella? Cada vez que se enamoraba de alguien tenía un sentimiento de culpa por querer coger y comenzaba a tratarlas bien, a respetarlas, a llevarlas a restaurantes argentinos y después ya no sabía que hacer, le partían el corazón cada vez que se enamoraba, aunque vivía con la esperanza de enamorarse otra vez de la persona correcta, la que también se enamorara de él. Pero ella no era esa mujer, el lo tenía bien clarito, cogerla todas las veces que se pueda pero sin enamorarse, no debía enamorarse de ella, era demasiado puta y volvería a sufrir por  una mujer. Ella tenía novio, él no se puede enamorar de alguien que tiene novio. El solo quería tener relaciones con ella y ella tal vez también. Pero la cosa fue mal cuando una noche le llevó flores. Un caro ramo de rosas. A ella le brillaron los ojos, dijo que nadie le había regalado un ramo tan hermoso. Las rosas no eran para ella. Él las había comprado para la última mujer de la que se había enamorado. Eran el último esfuerzo para que no lo dejara, pero no funcionó. Él con las flores se fue a beber whisky, borracho no quiso tirar las flores y se las llevó a ella. Ella se quejó que su novio nunca hacía cosas así y lo que había planeado como una relación informal y pasajera, tomo mayor importancia, para ambos.
Tenía miedo de estar enamorándose de la persona equivocada, otra vez. Bebía cerveza, mucha cerveza, tal vez borracho se atrevería a decirle que solo se la quería coger y ella tal vez borracha aceptaría, pero ella no bebía. La cosa estaba estancada, él seguía sin saber que  hacer. Se fueron. La llevó hasta la puerta del departamento, era el momento de decir algo, el se distraía con el frío que comenzaba a sentir, el ruido de una guitarra proveniente del departamento de arriba, tal vez no estaba borracho, al menos no lo suficiente para atreverse a insinuársele sin remordimientos. Todo pasaba lento. Él  la miraba sin poder decir algo, la tomó de las manos y la besó, un beso corto, se separaron y ella le dijo: “gracias por la noche de hoy, mañana no vengas, mañana viene mi novio” y se metió sin invitarlo a entrar. Él no dijo nada y se fue. Compró una botella de whisky, supo que estaba perdido, se había enamorado otra vez de la mujer equivocada.

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